Descripción
«Siempre aprendiendo, sin llegar nunca al verdadero conocimiento»
Pablo de Tarso
Comentando su pasión por los libros, escribía Joan Perucho que cada vez que abría uno nuevo esperaba encontrar en él la explicación del mundo, aunque fuera en una simple nota a pie de texto. Josep Soler i Sardà comenzó a buscar el misterio de la música –que para él es la forma en que se manifiesta el misterio de la vida– en un libro, el que una mañana de agosto de 1943 le regaló el maestro Bové, y hoy, muchos años después, en este otro libro que el lector tiene en las manos, nos explica alguna de sus conclusiones. En un texto platónico no sólo por su forma dialogada sino sobre todo por ese fuego esencial que alumbra en cada página, Joan Cuscó y Josep Soler se asoman al abismo de lo sagrado, entendido no de un modo eclesiástico o confesional, sino, en el sentido de Rudolf Otto, como «el descubrimiento del temor religioso ante el mysterium fascinans, donde se despliega la plenitud perfecta del ser». El drama musical forma parte de la vida de Josep Soler desde que le envolviera la Festa Major de su Vilafranca natal: la tronada, el fuego de los diablos, los bailes, la gralla y, por encima de todo, la presencia imponente del órgano de la basílica de Santa María. Ahí nace una vocación –en su sentido más puro de interpelación, de llamada– a desentrañar el misterio de la música, un conocimiento que pronto se le revela imposible pero que, empleando sus propias palabras, le llenará «de una amarga alegría: el placer de una inútil esperanza». «La belleza –escribe Jiménez Lozano– nunca es adormecedora y evasiva; por el contrario, trastorna el corazón y la cabeza, y, al final, el orden del mundo», y hacia ella se encamina Josep Soler con las herramientas del artesano que conoce bien su oficio, porque ha bebido en las mejores fuentes de la tradición. Para explicar esa tradición Joan Cuscó abre el libro paseándonos por el ambiente musical de la Vilafranca del primer tercio del siglo XX siguiendo los pasos de Rosa Lara, la primera maestra de Josep Soler, que le inculcará la exigencia por el trabajo bien hecho. Esas raíces se extenderán después por los múltiples parajes que la inmensa curiosidad de Josep Soler le ha llevado a explorar, desde su interés por Egipto y Grecia hasta su pasión por las matemáticas. Con ese equipaje y con la humildad del que se ha asomado a su pozo interior, Josep Soler confiesa que no aspira a «comenzar» nada, sino a conjugar tradición y progreso, conceptos que para él son en realidad tan próximos que llegan a significar casi una misma cosa. En este tiempo en que se intenta degradar al hombre a la condición de recluta del poder, de simple elemento de la cadena de consumo, conviene escuchar la voz sabia y sincera de Josep Soler repitiendo aquellas palabras de Pascal: «toda nuestra dignidad consiste en el pensamiento. Trabajemos, pues, en pensar bien: éste es el principio de la moral».
César Martín Vilafranca del Penedès, diciembre de 2002