Descripción
Traducción de Francisco J. Uriz
Este libro, que ha vivido unos 8 años en mi ordenador bajo el título IvaNina y al que el editor Raúl Herrero bautizó Réquiem y al que finalmente, con una referencia a la primera carta de San Pablo a los corintios, le he dado un título, Muerte ¿dónde está tu victoria?, más adecuado a su contenido, no existe más que en castellano. Y tiene una larga historia. Conocí personalmente a Ivan Malinovski a principios de 1964 en una reunión organizada en su casa de Copenhague para preparar acciones relacionadas con la lucha antifranquista. Había sabido de los Malinovskis, Ivan, que ya entonces era uno de los poetas daneses más considerados de su generación, y su esposa, Ruth, por medio de los Sastres, Alfonso y Eva, y personificaban la solidaridad danesa con la España antifascista, Desarrollaban una gran actividad tanto en sus protestas por la falta de libertades, especialmente la de expresión, como en la ayuda material a familias de presos políticos, y como hacíamos lo mismo en Suecia nos reunimos un día con el fin de conocernos y coordinar nuestras acciones. Le acababan de conceder el importante premio danés de poesia Løvemanken (La melena del león) a Carlos Alvarez, entonces en la cárcel por una crítica de cine, y tal vez fuera ese el motivo de que hubiese en la reunión varios escritores daneses. En una de las amplias habitaciones del inmenso piso había una mesa redonda de más de un metro de diámetro cuya superficie estaba absolutamente cubierta de botellas de cerveza en torno a la que nos movíamos hablando como en un cóctel cualquiera. Los presentes, todos provistos de abrebotellas individuales, nos acercábamos a la mesa, cogíamos una cerveza, la abríamos, dejábamos la chapa en un cuenco y una vez consumida, obviamente a morro, depositábamos el casco en un espacio vacío, tal vez el que habíamos abierto previamente, y cogíamos otra hasta que no quedó chapa en botella. A mí me proveyó de abrebotellas Ivan. Hubo aquel día un animado intercambio de ideas y mucha cerveza, aunque no recuerdo que se concretase acción antifranquista alguna. Pero esos encuentros “inútiles” eran necesarios y nos ayudaban a conocernos y a trabajar mejor. Al día siguiente al mediodía, antes de volver a Estocolmo, saludé a una jovencita de unos 12 años, Nina, la hija de la pareja, creo que venía de repartir propaganda antifranquista o de una manifestación. Una familia con pasión por la solidaridad y por España. Ivan había publicado junto con otros dos escritores, uno el legendario danés-español, Ebbe Traberg, prematuramente desaparecido, un libro sobre las tres dictaduras —España, Grecia y Portugal— que oprimían el soleado sur de Europa, titulado Med solen i ryggen (Con el sol a la espalda, tal vez una irónica referencia a los numerosos turistas nórdicos que lo tenían de cara y no les dejaba ver la opresión que reinaba —España ya era una monarquía que esperaba sin prisas a su rey— en dichos países). La última vez que lo vi fue en Tarazona. En otoño de 1988, convivimos, algo más de un mes, bajo el acogedor (Ivan dixit) techo de la Casa del Traductor, trabajando en nuestras cosas y ayudándonos mutuamente. Entre ambas fechas lo había visitado en numerosas ocasiones en Copenhague y en Åsen, una granja situada en Hjulvhult, un pueblecito del sur de Suecia, donde vivía largas temporadas en un conjunto de cuatro antiguas casas de campesinos donde su esposa Ruth, notable artista textil, había acondicionado un granero para montar su taller. Ivan era ecologista, teórico y práctico, disfrutaba del contacto con una naturaleza casi virgen. Artista del idioma, gran traductor y con el corazón, firmemente colocado en la izquierda, abierto a todos los desamparados y perseguidos del mundo y que albergaba mucho comunismo libertario. En una de las visitas él, que ya había traducido cuatro poemas míos al danés para la antología Ord om Vietnam (Palabras sobre Vietnam), me pidió que le tradujese un poema suyo que iba a leer en México. “Hombre, Ivan, ya sabes que no he traducido nada del danés, pero si es uno y me ayudas en las dificultades….” “Te ayudaré”, me dijo, El poema —Fuga— era más largo de lo previsto (años más tarde se publicó, ilustrado, como libro.) Recibí las más de 30 páginas del poema con todas las trampas que amenazan al traductor del sueco que se pone a traducir del danés señaladas con la precisión e inteligencia de un experto traductor, y algunas de ellas resueltas con su extraordinaria e inconfundible caligrafía. (Tan es así que dos de sus libros se publicaron reproduciendo fotográficamente su caligrafía que resultaba tan clara como la tipografía). Luego me fui convenciendo de que si me ayudaba de la misma manera me atrevería a traducir una antología de su obra poética. Aceptó mi propuesta con una condición: “Primero la de Erik”. (Se refería a Erik Knudsen poeta al que consideraba su maestro, sobre todo por su integridad y lucidez política). Y en el otoño de 1988 vino a Tarazona con su esposa Ruth en un Citroën dos caballos, el único coche que aceptaba su anticomercialismo y ecologismo, en el que transportaba todos los libros de Knudsen. Pronto su singular figura se destacó en la ciudad. Dos metros de estatura coronados por una gorra de visera blanca, la bien arreglada barba que le daba un aire de profeta con algo de Quijote, ojos claros y escrutadores, su particular vestimenta—pantalón de golf, justo por debajo de la rodilla, gruesos calcetines de lana hasta la rodilla, zapatos anchísimos— la inseparable pipa curvada y un zurrón de pastor en el que llevaba cuadernos para tomar notas y tabaco de pipa. Fue una imagen inconfundible en las calles y bares de Tarazona Yo trabajaba en su antología y en la de Erik Knudsen y él traducía al danés a Roque Dalton. Comentábamos las dificultades y singularidades y nos echábamos una mano en algunas dudas riéndonos ambos de la tozudez del otro en la defensa de sus interpretaciones y de algunos errores míos producidos generalmente por “falsos amigos sueco-daneses”. A mí me maravillaban sus frecuentes e inmediatas consultas al diccionario, incluso para comprobar cosas obvias, que a veces resultaban no serlo, y admiraba la balanza de joyero en la que pesaba las palabras. Un día tuvimos una discrepancia. En la selección que yo había hecho de su poesía había incluído un fragmento de Los límites de los gusanos de su libro Vinden i verden (El viento en el mundo), un largo poema con sus reflexiones sobre la vida y la muerte. Rechazó la idea de fragmentarlo. “Tiene que publicarse entero”, insistía. Como conocía muy bien su tozudez y ya había en la antología una muestra de sus poemas largos — Fuga— y el espacio de que disponía no permitía añadir tantas páginas, estuve de acuerdo con eliminar el fragmento. En mayo de 1989 recibí una carta, con su inconfundible logotipo, en la que expresaba su alegría (y sorpresa) por la noticia de que el libro estaba casi terminado (pensaba sin duda en su próximo viaje a una reunión de poetas en Colombia a la que quería llevar su antología en castellano), recordaba con jovial nostalgia la estancia en Tarazona y terminaba contándome que se había roto el fémur y se lo habían atornillado; en agosto me mandó una carta, en inglés, con un poema por si se podía incluir en la antología y me preguntaba preocupado por mis ojos recién operados y el 11 de octubre, con una carta manuscrita y en danés, me enviaba Ivan Penúltimo, así llamaba yo a las últimas correcciones de la antología, diciéndome que si tenía alguna duda que lo llamase al hospital e insistía en la eliminación de los fragmentos del poema que usted, lector, tiene en sus manos. Y terminaba con un ¡Que te mejores! Ivan. Fue la última. La noticia siguiente fue la de su inesperada muerte, en 1989. En palabras de una carta de su viuda del 24.12.89 : “Te adjunto el último poema inédito de Ivan. Su muerte nos sorprendió a todos y en su rostro pude ver que también lo sorprendió a él”. Cuatro o cinco años más tarde recibí un poemario de su hija Nina, que en los decenios transcurridos se había convertido en una destacada escritora, en el que había un largo y emocionante poema, Con Ivan en el viento, sobre la muerte de su padre. Y se me ocurrió unir los dos poemas, el eliminado por Ivan de su antología con sus reflexiones sobre vida y muerte, en general, y el de la hija con su reacción ante una muerte concreta, la inesperada del padre. Completé la traducción de ambos textos y me ratifiqué en la idea del libro. Consulté con Nina en 1996 y le pareció una idea excelente y aquí está, después de varios años, el poema completo en castellano, como quería Ivan, junto con el de su hija, en un libro que no existe en otro idioma. Durante este tiempo se había producido una metamorfosis: el Malinovski que yo había conocido se había convertido en Malinowski sin saber muy bien por qué. Queda raro que padre e hija no coincidan en el nombre, pero mantengo la diferencia porque así firmó Ivan el libro en el que incluyó este poema. En 1991 la DPZ publicó en la Colección Veruela las antologías de Ivan Malinowski y Erik Knudsen a las que me he referido en este prólogo. De Nina he visto poemas traducidos en alguna antología y yo incluí un poema suyo en 101 poemas nórdicos.
Zaragoza, 23 de noviembre de 2004 Francisco J. Uriz