Descripción
Ejercicio poético donde el autor utiliza la pintura como recurso para establecer una suerte suprema de relatos figurados de cuadros ya vistos y de otros no tan famosos. Se incluyen poemas como: «La Maja desnuda», «Skanderberg por un maestro veneciano anónimo», «Las señoritas de Aviñón» o «Claro de Luna de José Longoria». Un tratado de pintura poética al puro estilo Montells.
Llevo tantos años seducido por la pintura, que no había reparado que toda mi obra poética y literaria, tiene un algo de escenario plástico que he visto antes. Escribo textos que previamente había soñado en un lienzo. Es, seguramente, la típica función de la imaginación, que siempre utiliza lo conocido para crear lo misterioso. Uno goza de una pequeña y modesta colección, un territorio cotidiano que recorro siempre con renovado asombro, aunque no sea nada del otro mundo: un Skanderbeg de la escuela veneciana; un San Luis Obispo anónimo; un paisaje de la Casa de Campo, de José Pérez, que heredé de mis tíos; un falso Juan Gris, que pintó mi hijo Rafael; un pequeño Modigliani; el soberbio retrato de mi padre, de Roberto Soravilla; algún Nelson Zúmel, de mérito; varios Fernández Molina, con el que tanto quiero; algunos Donnay, muchos cuadros espléndidos de mi hija y un extraordinario retrato de Rosalina, de Josechu Dávila, que merecería el Thyssen. De mi mujer hay un dibujo de jovencita de Pedro González Arruza, delicioso. Tengo cosas de poetas: collages de Gradolí, un dibujo de Raúl Herrero o foto montajes de Fernando Millán. En grabado, mucha obra moderna de Manuel Castro-Gil, un tipo genial que trabajó para la Fábrica de Moneda y Timbre española y que ahora comienza a ser valorado y en dibujo, algo del XIX y principios del XX y cosas de Vallejo, Liébana, Seco, Sobero o Conesa. De los años treinta, dos originales de José Longoria (un claro de luna y una dama) verdaderamente extraordinarios. Longoria, en la misma estela de Penagos, está todavía por descubrir. A mí, me han retratado mis amigos, Ángel Frontán, José María Boluda y Antonio de Sousa Lara. También mi hija y Vicente Sobero. Me miro en sus telas y me encuentro extraño. Soy yo y no soy yo. El tiempo pinta, pero miente. Todos ellos mienten. Tengo para mí que la pintura es, esencialmente, una impostura de los sentidos, una nueva realidad totalmente compuesta de cosas irreales. A eso, creo yo, aspira la poesía. La mía, desde luego. Por eso, al cabo de los años, cuando ya me voy acercando a la cordura, he querido reunir en un libro, algunos textos poéticos que he ido dedicando a la pintura o a los pintores más cercanos del alma. Hay cálculo en ellos, y artificio también, porque los poetas mienten igualmente. Mentimos. La poesía crea paralelismos entre cosas dispares y las une en un parentesco identificable. Hay una oscura relación entre poesía y pintura que no participa de un origen común y sin embargo tiene un final semejante. Es, de seguro, el engaño. El arte, todo el arte, incluso la poesía, es engañoso. No olvidemos que, contrariamente a lo que se dice, en ocasiones la palabra vale más que mil imágenes.
José María de Montells